La práctica de la meditación no nos obliga a convertirnos al budismo ni nos exige tampoco meditar y convertirnos en personas especialmente espirituales. Únicamente nos invita a actualizar la "capacidad de despertar" que alienta en todo ser humano. Son muchas las cosas que podemos aprender en el cojín de meditación, y, entre todas ellas, destaca la capacidad de convertirnos en personas más atentas, presentes, compasivas y despiertas. Pero esa misma conciencia sirve también para programar un ordenador, jugar al tenis, hacer el amor, pasear junto al mar o escuchar la vida que nos rodea. Despertar, es decir, estar realmente presente es, de hecho, la clave de todas las artes.
Cuanto más silenciosamente te sientes y más atentamente observas, más cuenta te das de que todo lo que alcanza tu vista está cambiando de continuo. Todo lo que habitualmente experimentamos parece sólido, incluidas nuestras emociones, nuestros pensamientos, nuestra personalidad y el mundo que nos rodea.
Todo se halla sumido en un continuo proceso de cambio. ¿Puedes acaso mantener durante mucho tiempo un determinado estado mental? ¿Hay algo en tu vida que se mantenga siempre igual?
Cuando queremos que las cosas que cambian de continuo permanezcan igual y nos aferramos a ellas, acabamos sumidos en la decepción y el sufrimiento. Pero ello no es porque necesariamente debamos sufrir ni porque el sufrimiento sea una especie de castigo, sino porque así son las cosas, algo tan sencillo como la gravedad. Por más que nos aferremos a algo queriendo que perdure, ese algo no dejará de cambiar. Tratar de aferrarnos a “lo que fue” no hace sino generar sufrimiento y decepción, porque la vida es un río en el que todo cambia.
Es el camino que podríamos denominar “la sabiduría de la inseguridad”, la capacidad de fluir con el cambio, de verlo todo como un proceso de transformación y de relajarnos en medio de la incertidumbre. La meditación nos enseña a soltar y a permanecer estables en mitad del cambio. Cuando descubrimos que todo es fugaz e inaprensible y que, si nos aferramos a las cosas pretendiendo que no cambien, generamos mucho sufrimiento, nos damos cuenta de la sabiduría intrínseca en la actitud de relajar y soltar. Entonces nos damos cuenta de que ganancia y pérdida, elogio y culpa y dolor y placer forman parte de la danza de la vida en la que, desde el momento mismo del nacimiento, nos hallamos sumidos. Soltar no significa despreocuparse de las cosas, sino cuidar de ellas de un modo más sabio y flexible. Durante la meditación prestamos, a nuestro cuerpo, una atención cuidadosa y respetuosa.
En lugar de temer las experiencias dolorosas y escapar de ellas o de correr detrás de las experiencias agradables con la expectativa de que, si nos aferramos a ellas, conseguiremos mantenerlas, acabamos dándonos cuenta de que nuestro corazón tiene la capacidad de estar presente ahora mismo y de vivir más plena y libremente en cualquier lugar en el que estemos. Cuando entendemos que, en última instancia, todo pasa —no sólo las cosas positivas, sino también las dolorosas—, descubrimos el sosiego que mora en el centro mismo del torbellino.
Meditamos, pues, para despertar a las leyes de la vida. Meditamos para desembarazarnos de pensamientos e ideas y volver a establecer contacto con nuestro cuerpo y nuestros sentidos. Entonces empezamos a ver cómo operan nuestro cuerpo y nuestra mente y el modo de relacionarnos más sabiamente con ellos. La clave de esta forma de práctica interna es la escucha atenta y la atención consciente a nuestro entorno, nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro corazón. Ésta es la atención plena, una atención cuidadosa y respetuosa.
La atención plena a la que nos adiestra la práctica meditativa sirve para todo. Puedes utilizarla, por ejemplo, mientras estás comiendo. La atención plena te permite asistir al despliegue, en tu interior, de todas esas voces. Y también puedes aprender a escuchar con plena conciencia tus sentimientos y cobrar conciencia de las facetas placenteras, neutras y desagradables de tu experiencia. Puedes aprender que no debes aferrarte a lo placentero ni temer lo doloroso. Se nos ha condicionado a creer
que éste es el camino, pero, en la medida en que nuestra meditación avanza, no tardamos en darnos cuenta de que aferrarnos a lo placentero o temer lo que nos provoca dolor no nos conduce a la paz ni a la felicidad. Lo cierto es que, lo queramos o no, las cosas cambian. Pero aferrarnos a lo que nos gusta o empeñarnos en escapar de lo que nos desagrada no impide que las cosas cambien, sino que sólo genera un sufrimiento adicional.
La meditación, por el contrario, nos permite contemplar, con una conciencia natural, abierta y ecuánime, nuestro cuerpo y nuestros sentimientos. Y poco a poco podremos contemplar, de ese modo, con la misma conciencia amable y abierta, todo lo que aparece en nuestra mente. También podemos aprender a ver y a confiar en la ley de la impermanencia, es decir, empezar a ver el mundo tal cual es. Y todo ello nos enseña a establecer una relación más sabia, amable y compasiva con todo.
La meditación de la atención plena no se centra en el mantenimiento de un estado mental concreto porque jamás lograremos, por más que nos empeñemos, el mantenimiento de un determinado estado mental. La meditación nos enseña a permanecer presentes y atentos a cada instante, con un corazón cada vez más abierto y una visión cada vez más clara. La meditación nos enseña a abrirnos, a amar con todo nuestro corazón y a no tener miedo a expresar ese amor. La meditación nos enseña, aun en los momentos más difíciles, a desidentificarnos de los inevitables altibajos de la vida y a vernos, de ese modo, menos afectados por los cambios, independientemente de que sean dolorosos o placenteros. La meditación nos enseña a amar y a descubrir el modo de abrirnos, aun en las situaciones más difíciles, a todos los aspectos de nuestra mente.*
Observar la realidad, aceptarla (no negarla) y poder ser conscientes del cambio continuo, del fluir de nuestras vidas aprendiendo a transitar el camino incierto, son condiciones impostergables para pasar de la "reacción" a la acción.
La diferencia entre ambas es que en la acción la respuesta està atravesada por la reflexión, por el "darse cuenta" por la necesidad de poner en marcha mecanismos para atravesar distintas situaciones como una crisis, distintas emociones y distintas sensaciones como un dolor físico que nos aqueja, por ejemplo. Es ponerse de pie ante la realidad siendo plenamente conscientes de lo que ocurre. La reacción, en cambio, no està mediada por la razón, por la reflexión "acerca de", es puro impulso, descarga.
Te invito entonces a pensar si hay situaciones frente a las cuales, tu resistencia al cambio, el negarte a pensar en ellas, a ser consciente de tus sensaciones y/o sentimientos, te hace actuar impulsivamente, reaccionando en lugar de actuar con reflexión.
Material editado por Mindfulness Shanti.
*MEDITATION FOR BEGINNERS, by Jack Kornfield
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